La hija de mi madre ya ha sufrio lo que se le tenía designao

y una se quiere un poco, para no autoinmolarse...

martes, 9 de noviembre de 2010

A buen abrigo.

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Desde hace un mes mi casa está llena de ropa, mires al lugar que mires. Zapatos. Abrigos. Me encantan los abrigos. Es lo que nos queda, un abrigo que impida la congelación y no sepulte el estilismo más logrado. El invierno deja mudo y relegado al interiorismo más feroz, a nuestras combinaciones más fascinantes y necesarias. Así que esta prenda es la encargada de asegurar el reino prometido. Por no hablar de que un paseo dentro de un abrigo chulo, es un paseo mucho más despaciado y apreciado (mira qué juego de palabras a lo Fito y Fitipaldis)

Pues eso, que estoy de fotos, de video clips y de showrooms, de ir al estudio y ensayar obras de teatro hasta la bastilla. Pero contenta y agradecida. Sólo que ando más liá que la pata un romano (jajaja, me encanta esta expresión y es porque los romanos se ataban las alpargatas hasta las rodillas, que me he quedado pensando y lo he buscado en el google sabelotodo)

Eso respecto a lo casero y a lo laboral. En lo personal, en lo evolutivo, en lo hondo, en lo ancho, en las pequeñas cosas (que nos hacen estar más cerca del cielo o el infierno):
ha perdido el atleti ( y por eso más lo quiero)



Dado el reporte de mi día a día, haré una pequeña confesión de algo que se viene macerando dentro de mi ecosistema: Qué bonito es hacer el bien. Siempre que me invitan a ser peor persona, declino la invitación alegando que hay demasiados abrigos bonitos esperando que los saque a pasear, o vaya de tienda en tienda presagiando un buen rescate.


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Os quiero prendas. Por cierto : Prenda, qué palabra madrileña o española más de puta madre para que se esté olvidando.





Ala chatos, majos, prendas, lebreles, compraos un abrigo bonito que las piedras de las calles están vivas, como bien sabeis, y sufren.



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